lunes, 10 de octubre de 2011


Erik busca a Biagio Garavaglia

El Justo

Jan y Erik no hablan de la ceremonia de su apodo. No quieren recordarla, no les parece justo que alguien tenga que morir. Le apodan El Justo, pero sigue diciendo que, a pesar de todo, no es lo suficientemente justo.

Lucha por Gaia

Acechaba tras un contenedor rojo, la pintura estaba roída, el metal oxidado, las cadenas rotas, como el resto de contenedores que portaba el transoceánico. Podía ver desde su posición en el barco espiritual varias Perdiciones que rondaban el lugar. Quizás la entrada a través de la Umbra no había sido tan buena idea. Pero las balas de plata de los seguidores de Biagio eran quizás una opción que no le apetecía disfrutar. Todavía recordaba aquella lacerante mordedura que le había propinado el arma de fuego.

De un salto atraviesa el contenedor para salir en el mundo real, abandonando tras de si, entre los jirones de la Celosía, a las Perdiciones. Un hombre armado se encuentra a escasos centímetros de el, de espaldas, como pidiéndole una muerte piadosa. Pero no se la dió, se limitó a susurrarle al oido, a implorarle que no le obligase a matarle, le dió la oportunidad de ser alguien importante, de luchar por algo real, por una verdad absoluta, por Gaia. Y el hombre, ajeno al mal que lo había corrompido, se insufló del tierno abrazo de la diosa y avanzó, creando un caos indescriptible entre los demás guardias. Se acercó a él, y con un beso en la frente le partió el cuello, pidiéndole disculpas con lágrimas en los ojos, le agradeció haber dado su vida por Gaia.

Solo quedaba un cabo por atar, subir al puente de mando y hacer hablar a Claudio Garavaglia, chiquillo de Biagio. Sus gritos se escucharon en cientos de Km. a la redonda...

Una vida entera

Los recuerdos se agolpan en su cabeza. Amargos, dolorosos, pero felices al mismo tiempo. Aunque la muerte de Jackson el Tuerto pesaba sobre su conciencia con miles de toneladas y nunca olvidará el daño que le hizo, la traición de asesinar a quien le había dado la vida. Aunque al mismo tiempo, había sido ese asesinato quien le dio su nueva vida, una vida dónde encaja, y además, le ha dado una razón por la que luchar, por la que vivir, una guerra que tiene que ganar.

Una vez más el “Eyeless Jackson” surca los mares del norte, cerca del helado mar ártico, persiguiendo una embarcación sospechosa. Tras el asalto, el combate se despliega en todo su apogeo, mostrando a varios fomori que salen de sus bodegas. Un vampiro los acompaña, parece ser su jefe. Joven, inexperto y lleno de cólera Erik se lanza a combate singular contra el vampiro. Una dura lección aguarda al lobezno, y, gracias a Jan, sobrevive, que consigue sacarlo a duras penas del petrolero. La profunda cicatriz que cruza la espalda de Erik fue la muestra del error que cometió por no estudiar a su adversario, demasiado poderoso por llevar más de mil años convertido en vampiro. Un poderoso seguidor del Wyrm acaba de ser descubierto y en medio de estertores Erik graba a fuego su nombre en lo más profundo de su alma. “Mañana, cuando sea fuerte, te daré caza y ofreceré tu sangre a Gaia para que la purifique” – le gimotea señalándole con una garra, y el vampiro solo ríe desquiciado por la dantesca escena, por la ebria soberbia que le produce el poder.

Semanas han pasado y su espalda sigue ardiendo, su alma hierve como si le herida fuese reciente. Y mientras tanto, Erik sigue investigando, preguntando a los espíritus el nombre de tan despreciable alimaña. Infructuosas semanas en vela se pasa entre la Umbra y la Vigilia, perdido en la Celosía, dónde la urdimbre de la Tejedora intenta atraparle. Hasta que lo encuentra, en un barco, perdido en el oceano, un registro, un nombre, una alusión en un dossier de Pentex. Biagio Garavaglia. Le había encontrado, ahora sólo necesitaba tiempo. Decidió empezar a hacerle enfadar para que dejase de reir, esa desquiciada risa que todavía sonaba en su memoria, que le sacaba de sus casillas. Lo único que provocaba su frenesí.

Pasan los meses y entre razias y asaltos a bases costeros, a inmundos barcos empieza a ver las señales.

El nacimiento de un gran lider, un héroe

Tras un mes de entrenamiento, control y estudio profundo de las tradiciones Garou, partieron para Oslo, al gran túmulo de las montañas dónde los Wendigo reinaban. Le presentaron en sociedad y realizó su Rito de Iniciación, que consistía en sobrevivir una semana en el cruel frio de la montaña sin matar a ningún animal, seres humanos y romper el equilibrio natural. Allí vivió una semana dura, casi al borde de la muerte, y tuvo que luchar con múltiples cazadores que intentaban matar por deporte. Después entendió por completo a Gaia, la sintió y la amó, hasta el punto de convertirse en el más fanático de sus creencias, de su diosa. Lucharía para conseguir la paz, para erradicar al Wyrm de la faz de la tierra y salvaría a cuantos pudiera salvar.

Al poco partió, no soportaba estar lejos del mar demasiado tiempo, lo añoraba, lo amaba. Se había criado entre olas, entre olor a pescado, con el agua meciendo sus sueños. Incomodamente navegó con forma humana durante 2 años, para hacer algo de fortuna y poder comprarse su propio navío. Después reunió a la Parentela de la zona y juntos se hicieron a la mar.

Su mejor amigo

Dos días después Jan (de la tribu de los Hijos de Gaia) apareció, y como un hermano mayor le atendió, le consoló, le curó las heridas y le enseñó quién era y qué podía hacer. “¿Porqué tuve que matarle Jan?”, espetó Erik de repente; “Porque no sabes controlar tu ira, aprende a controlarte y no volverá a ocurrir”, sentenció Jan. “Prometo que no volveré a matar a un inocente por mi propia ira, tenga que hacer lo que tenga que hacer, aunque eso implique morir por ello”.

La primera vez

Aquella noche se sentía lleno de júbilo. Cenaba un pedazo de pescado que el propio Jackson el Tuerto le había echado en el plato. No era delicioso, tan solo era un pedazo de Merluza cruda que habían pescado esa misma tarde pero a él le supo a gloria, el hecho de que Jackson le cuidase tanto hacía que cualquier pedazo de comida valiese la pena.

Tras la cena, cuando los marinos ya dormían plácida y ebriamente, Erik deambulaba por proa, admirando la luna llena, tenía algo especial hoy, le atraía, le seducía, no era capaz de dejar de mirarla. De repente un dolor infinito cruzó su pecho, partiéndole el alma en dos pedazos. Empezó a convulsionar, su estómago estaba hecho un lío y las ganas de echar fuera la cena iban en aumento. De repente se despertó, se encontraba plácidamente acostado en una cama, hecho un ovillo. Estaba oscuro, pero podía distinguir la figura de Jackson durmiendo a su lado. Según se iba desperezando, mientras la neblina era destruida por el primer sol de la mañana, se dio cuenta de que estaba mojado, y un escalofrío recorrió su espina dorsal. Algo iba mal, Jackson no respiraba, y sus fosas nasales fueron brutalmente invadidas por el desquiciante aroma de la sangre fresca, mientras, en su boca, el sabor a carne todavía rezumaba entre sus dientes. Los nervios afloraron de repente. No podía pensar, Jackson había muerto, y él lo había matado. Quiso morderse a sí mismo, acabar con su existencia. Pero entonces los marinos entraron en el camarote, alertados por los gañidos de Erik y vieron la escena.

Un rato después Erik fue arrojado por la borda con las patas atadas para que muriese por su asesinato. Pero no murió, casi ahogado resistía a morir arrastrándose por el fondo del mar, hasta que llegó a Veiholmen, ya extenuado, sin fuerzas y a punto de estallarle los pulmones. No entendía como ni porqué, pero no se había ahogado, era inexplicable.